Se cumplen ahora cien años de la publicación de esa obra exquisita y
luminosa de Juan Ramón Jiménez: “Platero y yo”.
Dedicado a una pobre loca, Aguedilla, empeñada en mandarle flores al
poeta. ¡ La cuerda locura de los locos! , es una crítica honda y poética de
aquella España de los inicios de siglo, apartada del mapa europeo que empezaba
su Gran Guerra, anquilosada en un Viejo Régimen, en una Monarquía ineficaz y en
hambre atroz que consumía a un país que había dejado su esplendor en Cuba y
Filipinas. Un buen manojo de hombres y mujeres quisieron adelantar la hora en
el reloj de España. Y, aunque con un estilo más poético, Juan Ramón fue uno de
ellos. ¡ Los niños ¡ ¡ La fakta de una educación profunda y seria ¡. Giner de
los Ríos, apostó por el libro y le abrió la puerta a este pequeño burro:
“Platero
es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón,
que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual
dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia
tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo
llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece
que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...”
Publicada en 1914 , la edición completa
apareció en 1917, aunque siempre quiso seguirla, no lo haría. No es un texto
para niños, aunque parezca, porque, como decía el poeta del sur, “Yo nunca he escrito ni escribiré nada para
niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con
determinadas excepciones que a todos se le ocurren”
Hay capítulos con fuerte crítica social que hay que saber
ver. Además del dolor físico, Juan Ramón describe el dolor
moral de las injusticias sociales, con sus víctimas. La sociedad sacrifica la
inocencia, como sacrifica a los niños pobres, astrosos, violentos, sucios, sin
dinero, y sometidos al trabajo o la brutalidad de quienes los cuidan. Además de los niños, los gitanos, los negros, los
marginados, con su vida llena de dificultades. Sus cuerpos castigados
contrastan con su pureza espiritual, pese al rechazo de la sociedad. Tiene en cuenta también, en sus descripciones, los peores vicios, como la crueldad, la envidia y la maldad humana, incluso
en los niños.
El capítulo VI, “El loco”…muestra ese grito contra
una sociedad que mandaba a las afueras a los poetas de verso libre:
“Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve
sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris
de Platero. Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal
con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos
verdes, rojos y amarillos, las tensas
barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:
–
¡El loco! ¡El loco! ¡El
loco!
...
Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo
inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos – ¡tan lejos de mis oídos! – se
abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad
armoniosa y divina que vive en el sinfín del horizonte...
Y quedan, allá lejos,
por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados,
jadeantes, aburridos:
– ¡El lo... co! ¡El lo... co!”
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