Estos días me estoy acordando de “La Chata”, Isabel de
Borbón y Borbón, Infanta de España y dos veces Princesa de Asturias. Era hija
de Isabel II y de Francisco de Asís, “Doña Francisquita”, como le llamaban.
Personaje popular en Madrid, una vez proclamada la República el 14 de abril de
1931, siendo ella octogenaria, y viviendo fuera del Palacio Real, las nuevas autoridades republicanas, "chaquetistas" todas, no se atrevieron a
obligarla al exilio, temiendo al vulgo que la apreciaba y quería. Ella decidió acompañar a su familia y partió hacia
Francia. Cinco días después de abandonar España, murió de causa natural en un
convento de cerca de París. Esa popularidad, incluso en la vorágine de los
primeros días republicanos, es algo a tener en cuenta. Lo que sostuvo a esta Infanta fue el sentido común.
Lo de la Infanta Cristiana ahora, no es plato de buen
gusto, aunque se revista de ese amor romántico que hace fiarse del amado,
incluso en el dolo o en el engaño, pero la ley no exime de la ignorancia. Pero
será la Justicia la que hable, aunque luego lleguen las consecuencias de
quienes la han defendido y, con el tiempo, sean enviados al ostracismo total. Suele suceder. Hay cosas que se pagan con el tiempo. Que se lo pregunten a esos jóvenes jueces que sacaron los trapos sucios de una oligarquía política y empresarial infame. Hoy andan en el más oscuro ostracismo.
Pero todo esto viene a colación de la polémica que ha generado la presencia de la hija del Rey en los Juzgados de Vía Alemania, en Palma de
Mallorca, para declarar como imputada en el marco del Caso Nóos ante el
juez que instruye el caso, José Castro.
Si debía o no hacer el “Pasillo” en su camino a los
Juzgados, no es algo baladí. Si el protocolo le otorga este privilegio, está en
su derecho de acogerse a él. Hay sangres que no aguantan mezclarse con la plebe.
Habrá que, en justicia, concederle el privilegio y dejarse de soflamas para ir
más al fondo. Pero lo malo es que ya todos saben que existen esos privilegios. Por mucho que ella haya decidido acogerse a ellos, o no.
Hay un calado mayor en este asunto; y más en los
tiempos que corren en los que la crisis deja varados a tantos españoles
honestos y tiritando a fin de mes, con autenticas odiseas para salir adelante. Algún día alguien, un nuevo Pérez Galdós, contará los Episodios Nacionales en tiempos de crisis y saldrán otros personajes del monipodio neocervantino español. No son tiempos, al parecer, de plantear temas que puedan afectar a la
estabilidad de la Nación, como podría ser un debate sobre la Corona. Sin
embargo es urgente que se haga, o al menos, que se revisen, los privilegios del
Jefe del Estado y su “Real Familia”. Hay protocolos que no resisten el avance
de la Historia.
Da igual que la hija del Rey haga el “Pasillo” o no lo
haga. Entrar en ese debate es absurdo. Me da igual que lo haga Carcaño con esa
sonrisa “sexy” de macarra, en los juzgados sevillanos, desafiando a unos padres
que solo quieren saber dónde está el cuerpo de su hija, mientras el chulo sevillano se ríe en sus narices. Da igual que sean
Bárcenas, Blesa, Díaz Ferrán o el mismísimo arzobispo de Granada, que también
se vio en este trance, llevado a los tribunales por un cura . Ser igual ante la Ley no se ciñe a un “paseíllo” de este
calibre, sino a algo más profundo. Urge la revisión del protocolo de la Casa
Real, urge el debate sobre la Corona, antes de que sea tarde.La familia real abroncada en las calles de Madrid, cada vez que sale, no es una buena imagen. El Príncipe aguarda impaciente, dicen, y el Rey, a lo suyo..." A la Iglesia no voy porque estoy cojo, a la ...me voy poquito a poco". Aquella Infanta del pueblo que fue “La Chata”, lo único que salvó su
dignidad, fue el sentido común. Bien valdría echar un ojo a la espléndida biografía que sobre ella escribió María José Rubio.
Da grima ver a un país postrado ante una Princesa
entrando a un Juzgado, y que no es capaz de encogerse ante la tragedia de
los que mueren atravesando el Estrecho. No hay más dignidad que la humana; las otras dignidades, se las lleva el viento de la
Historia, más tarde o más temprano. La dignidad humana permanece, pese a todo.
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