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domingo, 9 de febrero de 2014

Pedro Vallin, en La Vanguardia hoy: Rouco, el sueño restaurador


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Juan Rubio realiza un retrato del plenipotenciario cardenal, hombre de Juan Pablo II en Madrid, que soñó con una restauración de la España católica
Rouco, el sueño restaurador

PEDRO VALLÍN
Madrid

La tentación simplificadora es magnética pues ayuda a entender un mundo crecientemente complejo y exigente. Pero a menudo, si no siempre, supone una traición a la verdad. Ese vicio (la pereza, por ser precisos) ha arrojado un retrato público del cardenal Antonio María Rouco Varela como el de un ultraortodoxo, un fanático, cuando no un ultraderechista. El fin de la era Rouco (Península), de Juan Rubio (Fuerte del Rey, 1958), es un relato y un retrato, tan reacio a la laudatio acrítica como a la demonización interesada del recorrido de un hombre culto, astuto, esquivo y poderoso que ha dirigido con mano de hierro la Conferencia Episcopal según la encomienda restauradora -o contrarreformista, la precisión la ponga cada cual- que hiciera Juan Pablo II.

Rubio, director de la revista cristiana Vida Nueva, arranca con la elocuente anécdota del encuentro entre el cardenal Tarancón, en retirada, y el papa Wojtyla, en 1982. La obsesión anticomunista del polaco enmudeció cualquier halago al relevante papel del carismático cardenal en la transición democrática española. La encomienda era muy otra: contener el socialcomunismo y la secularización de España. Esa obsesión vaticana fue la que llevó, a corto plazo, a Ángel Suquía a la Conferencia Episcopal (1987-1993), y a medio, pavimentó el ascenso del gallego Antonio Rouco -que sucedería a Elías Yanes (1993-1999)- tanto como condicionó su mandato, que ahora cesa.

Rubio pone mucho empeño en describir el contexto diocesano que llevó a Rouco al poder, pero también sus atributos y maneras, padres del éxito que obtuvo en muchos de sus propósitos y del fracaso parcial de sus tres objetivos más ambiciosos: la modificación del mapa de la enseñanza universitaria religiosa, apoyando a la universidad madrileña San Dámaso en detrimento de las más venerables de Salamanca, Bilbao y Pamplona. "Una de las graves preocupaciones, además de la escasez de clero, era su formación teológica progresista", explica Rubio.

En segundo lugar, la consolidación de una plataforma mediática católica, apoyada sobre todo en la Cope, una tarea en la que el éxito inicial acabó volviéndose un desastre y obligó a una sonora rectificación. Rouco aspiró a ser Herrera Oria y acabó convertido en un pequeño ciudadano Kane, dice Rubio citando al periodista José Antonio Zarzalejos, una de las víctimas de lo que el autor denomina "la pesadilla diaria" de la Cope, en alusión a la intemperancia de Federico Jiménez Losantos.

Y, en tercer lugar, recolocar a la Iglesia católica en el mapa de la política española como actor indiscutido, propósito de resultado extraño, pues de los tres presidentes de Gobierno con los que ha convivido Rouco, ha sido Zapatero -contra cuyas leyes puso en la calle a un sector de los creyentes, obispos incluidos- con quien acabó teniendo la relación más fluida (y no Aznar ni Rajoy), aunque fuera por un mutuo pacto de no agresión que evitó el descalabro logístico y financiero de la gran culminación de la era Rouco, su sueño glorioso: la JMJ del 2011 en Madrid.

Trufado de jugosos testimonios vaticanos y diocesanos, el libro ofrece claves -germanas y jurídicas- del talante del cardenal, al tiempo que ilustra su obsesión por el poder, su desdén a las órdenes religiosas, su simpatía por los nuevos movimientos y su avezado manejo de los nombramientos de obispos. Con una salvedad, las escurridizas diócesis catalanas, que siempre fueron "una asignatura pendiente para él".

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