Vistas de página en total

domingo, 5 de enero de 2014

"Déjame con mi luz"



Allí estaba, sentada en su portal. La niña reía con una sonrisa blanca y fascinante. Le habían hablado de los tres magos que llegaban por la noche para colmarla de regalos. Ella no sabía si era blanca la barba de Melchor, ni cetrina la tez de Baltasar, ni grisáceos los pelos de Gaspar. No podía saberlo; no podía verlos.  Una chispa de luz recorrió sus ojos. Fue una ráfaga veloz y rauda, como un instante de eternidad. Decía Freud que la eternidad debe de ser una luz tan blanca que te impide ver lo que tienes al lado. No necesitó nada más para entender la vida de pronto. Le vino en pequeños grumos, salteados, esparcidos, unos destellos que la estremecieron porque tenían la forma de las caricias. Estaba sola en aquel portal; y era ciega. Esperaba a su madre que no había vuelto aún del trabajo, aquella casa en la que limpiaba y cuidaba a un anciano. Era tarde; nunca se retrasaba. Y la niña, aunque no veía que era de noche, sentía que el reloj corría. No podía saber que aquella tarde, los dueños de la casa, que estaba bien lejos y que le llevaba llegar una hora de metro, le habían pedido que se quedara un poco más para recoger los envoltorios de los regalos de reyes de sus hijos. A ella, un cheque de 20 euros como regalo , “para las rebajas del Corte Inglés”, le dijeron. También su padre tardaría en volver. Ya sabía que no lo haría hasta mañana, ya tarde. Conducía un camión a Centroeuropa. La abuela había viajado unos días al pueblo. Su hermano, mayor que ella, andaba echando horas en un bar de otro barrio lejos. Después saldría de copas con los amigos.

Ella estaba sola, esperando y ya casi desesperando en aquel portal frio. No podía ver la magia de la cabalgata pasar muy cerca, ni en la televisión, pero una luz intensa se apoderó de su interior en aquel momento. Sintió una caricia en la cara, y en la nuca y un susurro llegó  su oído. Era su regalo de reyes aquel día. No podía ver la noche azul, redonda, inmensa y tachonada de estrellas. Sintió el tacto de una mano. Para ella, el paraíso tiene nombre de tacto en donde está el amor y la inteligencia. No necesitaba ver a los suyos, pero sí sentirlos, olerlos, oír las pisadas , la llave de la casa abrir, el grifo haciendo correr el agua…. Para qué quería la vista. Hay cosas que solo se ven con el corazón. Para qué quería el oído. Muchas de las cosas que oía la ponían triste. El olfato no le convencía, era nauseabundo a veces. Y el gusto se le volvía supersticioso e inconstante. Prefería el tacto.

Pero aquella noche había muchas hadas revoloteando por los tejados, bailando y con aire bullicioso y alegre. Podía oír su música. Una de las hadas se acercó y la tocó. Sintió frio, pero escuchó el regalo que le ofrecía: poder ver los colores de forma distinta a como los ven todos. Pero ella prefirió le dijo que no, que no quería ese regalo, que la dejara como estaba, en su oscuridad llena de luz.  Quería seguir sintiendo el abrazo cálido y afectuoso de las manos. No quiso desprenderse de la riqueza de sus formas y de la expresividad y plenitud de un apretón de manos y de una caricia. Manos que labran , talan, cortan, acarician, fabrican, pintan….”Gracias, hada, pero quiero seguir viendo, oyendo, oliendo, paladeando con la fuerza de las manos”. Y el hada se marchó, mientras una sonrisa abierta y luminosa salía de los cuencos vacíos de aquella mirada infinita. 

Cuando su madre llego, vio a la niña sentada en el sillón, acariciando lentamente el lomo de un libro. No sabía cuál era. La madre lo cogió y leyó el título: “ El Principito”. Lo tenía abierto por el capítulo diez. Y le preguntó su madre quién le había dado el libro y quien se lo había abierto por esa pagina. Ella no lo sabia, pero se sentía muy feliz. Y la madre le leyó un texto subrayado….

“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.”


No hay comentarios:

Publicar un comentario