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jueves, 30 de agosto de 2012

MICRORELATO I: Rumbo al silencio


Entró eufórico, mostrando el moreno de playa y contando aventuras veraniegas Esta vez solo había estado una semana en la costa. El resto había sido asfalto y piscina de la urbanización. La crisis ajusta los tiempos. La noche anterior habían estado su mujer y él recortando minucias y primando el gasto de los niños: Alberto iría a inglés; a Lucía le empezarían a tratar la boca y a Oscar no se le podía retirar el abono al club de baloncesto. El chico prometía. Ellos dejarían otros gastos. Las vacaciones habían ido mejor, las tensiones aflojaron este año. El verano último hubo trifulcas por algunos devaneos de Adrián. Nuria no le perdonó que su esposo escuchara tanto a su compañera de trabajo, aquella rubia que le contaba la historia de su divorcio. Demasiados cafés, demasiados paseos, demasiados oídos. Este había sido un verano tranquilo. Por primera vez venía con las pilas cargadas y con muchas ganas de dar lo mejor de si al proyecto del que le habían hablado a finales de julio, cuando su responsable de personal le alabó su trabajo y le abrió una pista nueva. Jorge era así de optimista. Y para celebrarlo aquella noche, se fueron los dos matrimonios juntos a cenar a un terraza de verano. Además Lucía ya se había dado cuenta que a a Alberto, el mayor, le gusta una de las hija del jefe. Hacían buena pareja. ¡ Qué bien se respiraba aquella noche ! ¡ Qué buena gente aquellos amigos ! ¡ Qué maravilloso el calor, la playa, los sueños interrumpidos por la fiebre del sexo, que habían retrasado en los últimos meses. !Todo estaba preparado. 45 años es la meseta de la vida.Adrián creía en él mismo como nunca antes lo había hecho.
Vuelta al trabajo. Ahora era Jorge el que llamaba al teléfono interior de la oficia para desearle un buen regreso a la oficina, preguntarle por las vacaciones y pedirle que subiera a verlo. Todo excelente. Adrián lo invitó a verse por la noche y contarse sus vacaciones en Cantabria unos y en Santa Pola los otros. A los nenes seguro que les agradará más que a nosotros, bromeó Adrián, orgulloso de su hijo, que tanto se le parecía en sus devaneos adolescentes con las chicas. Aun quedaban unos días en las fiestas de sus pueblos respectivos y aprovecharían en septiembre para ver a los abuelos. En media hora Marcial estaba sentado alrededor de la mesa de trabajo de Jorge. Un café solo. Sonrisas. Mientras que Adrián le preguntaba dónde i a la noche, Jorge le extendió a Adrián una carta. Era breve. Mientras la leía se le demudó el rostro, se le hizo un nudo en la garganta; se le encogió el alma, se le nubló el horizonte. Esta era la carta: “Muy sr, mio. Nos vemos en la necesidad de comunicarle que a partir del próximo lunes causará baja en esta empresa. Los necesarios recortes económicos nos hacen tomar esta decisión irrevocable. Pase por la sección de Recursos Humanos para formalizar el despido. Agradecemos su trabajo y dedicación a la empresa en estos años que ha compartido con nosotros. Un saludo afectuoso”. Era la firma de Jorge, el amigo, el que le propuso los nuevos retos, con el que reían, hablaban de fútbol, iba al gym e incluso con quien había soñado compartir el futuro de sus hijos. El mismo que viste y calza y que ahora tiene delante.
Adrián no dijo nada. Tomó el café de un sorbo, se levantó, salió sin decir nada, bajó a su despacho, se tomó una hora para limpiar el ordenador de correos personales, escogió dos o tres libros, un bolígrafo, una fotografía y subió a Recursos Humanos. No dijo a nadie nada, no se despidió. Solo calló. El silencio atroz empezó a invadirlo desde ese mismo instante. Allí no habló, no leyó el papel que le extendieron y que estaba preparado de antemano, no dijo ni buenos días. Solo estampó su firma y se dejó abatir. Todo le parecía tan extraño, tan subrealista, tan de sueño. No llamó a su mujer. Se lo diría más tarde. Condujo por las calles céntricas de Madrid. No sabía a dónde ir. Varias llamadas pedidas de Jorge. Prefería no responder. El silencio le llegó como una lapa a su vida, como si hubiera perdido el habla. Era uno más de los muchos que en se levantan cada mañana con la auto estima herida, con el sentimiento de estorbo, con las señales del fracaso en su rostro. Adrián entró a formar parte de esa legión de desempleados. Fue entonces cuando se adentró en un silencio atroz, brutal, triste. Y no pensaba en los jefes, ni en los recortes que Rajoy anunciaba con su cara de circunstancias en el informativo. Solo pensó en el inglés de Alberto, en la boca de Lucia y en el baloncesto de Oscar. No hay nada peor que engañar a los hijos, arrebatarles un sueño, romperles una ilusión. En la radio entró un anuncio de su empresa: “Confía en nosotros. Somos lideres en el mercado. Con nosotros podemos rebasar la crisis. Sigue confiándonos tu descanso con nuestros mejores colchones y almohadas”. Adrián apagó la radio y puso el coche rumbo silencio.

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