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martes, 7 de agosto de 2012

La nave de los locos, de Traven.....



En 1494, Sebastian Brandt dio a la imprenta el que se había de convertir en uno de los bestsellers más extraordinarios, Das Narrenschiff (La nave de los locos). Traducida a casi todas las lenguas europeas, fue espejo inmisericorde de los vicios y defectos de su tiempo. Quinientos años más tarde, en 1926, un escritor secreto escribía Das Totenschiff (La nave de los muertos), en la que realizaba una crítica feroz de la política al servicio de los poderosos.Un libro sobre el individuo frente al estado, parábola de una sociedad de naciones que se cuaja en los años veinte del siglo pasado. Asombrosa odisea la que Gales, el protagonista de “La nave de los muertos” lleva a cabo. Quizás sea el protagonista un trasunto de su autor, B. Traven, de cuya nacionalidad se sabe poco ( alemán, al parecer) y que se trasladó a los Estados Unidos, no sin antes participar en las continuas revoluciones mexicanas, tierras que atrajeron al escritor. Traven hace un recorrido que toma como ejemplo la “nave de los locos” que pintara el Bosco. La nave de los muertos es un libro extraño, quijotesco, tan fantasmal como su autor, mezcla de aventuras y de reflexiones políticas, de humor y fracaso. Ese mundo de Traven de perdedores, de seres anónimos sin nada en el bolsillo y sin un camino cierto atrajo a Huston para filmar la obra más famosa del escritor, El tesoro de sierra madre, otra historia de sombras de seres desterrados en un país extranjero. Se llega a decir en algun momento que l aobra es un elogio de la belleza del fracaso. Es un alegato a la Europa que nace en París, en 1918, tras la gran Guerra, la Europa de las nacionalidades, algo en lo que Traven no cree. Traven arremete contra la noción de Estado que surgió tras la primera guerra mundial, contra el papeleo y los funcionarios, ironiza sobre la libertad del mundo moderno. A cada paso, Gales se desprende del sentimiento de patria, de pertenecer a un país, a una bandera... “Yo no siento nostalgia. He aprendido que lo que llaman patria, incluso lo que llamamos con cariño nuestra patria chica, está metido en conserva, guardado en carpetas entre miles de expedientes y representado por funcionarios que se encargan de quitarle a uno cualquier sentimiento patriótico hasta que no queda ni rastro de él. ¿Dónde está mi patria? Allí donde nadie me moleste, donde nadie quiera saber quién soy, lo que hago o de dónde vengo, ésa es mi patria chica.”
En la primera parte de La nave de los muertos, Gerard Gales, el marino protagonista, ve cómo su barco parte sin él a bordo, se queda en tierra sin pasaporte ni tarjeta de marinero que lo identifiquen, una sombra sin identidad como su autor. Con un tono irónico y punzante, Gales narra su deriva por diferentes fronteras europeas, sus encontronazos con la policía, los cónsules y todo tipo de funcionarios que sólo le piden un papel que certifique su identidad (hay un cónsul que duda incluso que esté vivo por carecer de papeles) y que lo mandan de un lado a otro de la frontera. Gales parece un moderno quijote luchando contra molinos de viento, un hombre sin identidad que busca un buque donde embarcar y volver a su vida de marino, alguien a quien no le apena la muerte pero sí despedirse de la vida con el estómago vacío. Traven habla de la libertad del individuo y cómo la ha ido perdiendo ante la idea de “estado”, un estado mastodóntico y lento.

En La nave de los muertos he descubierto otro barco mítico, el Yorikke, más ataúd que barco, poblado de seres sin papeles, sin patria, sin más tierra que la cubierta que pisan, marinos que reinventan su pasado, su procedencia, su nombre, un barco de una honda negrura, de una presencia trágica. Gales embarcará en el Yorikke sabiendo que no podrá escapar al destino trágico que le une con el barco. Traven escribe con profunda ironía un relato de aventuras, de seres invisibles, errantes y desterrados.
¡Hola! ¿eh! Morituri te salutant! Los modernos gladiadores te saludan. ¡Oh, César Augusto Capitalismo! Morituri te salutant! Los que van a morir te saludan. ¡Oh, César, estamos preparados para morir por ti y por el sagrado y glorioso seguro!Nos arrastramos por el fango, pero estamos demasiado cansados para lavarnos, además, ¿de qué nos serviría? Nos morimos de hambre porque nos quedamos dormidos delante del plato. Nos morimos de hambre la compañía tiene que ahorrar para hacer frente a la competencia. Morimos vestidos con harapos, sin decir nada, en un arrecife, en el fondo de la sala de calderas. Vemos entrar el agua y ya no podemos salir. Confiamos en que la caldera explote para terminar cuanto antes con esta agonía. Nos hemos quedado atrapados, no podemos sacar las manos, las puertas del horno han salto y las brasas de carbón nos devoran lentamente los pies y los muslos. ¿Explotará la caldera? Está acostumbrada. A ella el fuego y las llamas le dan igual.
Morimos sin decir nada, vestidos con harapos, no tenemos nombre, no tenemos patria. No somos nadie, no somos nada. ¡salve, César Augusto Emperador! No tendrás que pagarles una pensión a nuestras viudas ni a nuestros huérfanos. Nosotros, ¡oh César!, somos tus más fieles servidores. ¡Los que van a morir te saludan! Morituri te salutant!
( … )Son muchos los barcos como el Yorikke que navegan por los siete mares, porque son muchos los muertos que hay que acarrear. Jamás ha habido tantos desde el final de la Gran Guerra, aquella en la que luchamos por la libertad, por esa libertad que exige pasaportes y documentos que acrediten la nacionalidad de las personas, para que éstas sientan de cerca el poder absoluto del Estado. La época de los tiranos, la época de los déspotas, de los monarcas, de los reyes, de los emperadores y sus lacayos y criados ha quedado superada, superada por una época en la que domina otro tirano aún mayor: la época de las banderas, de las naciones, la época del Estado y sus servidores. Si elevas la libertad a la categoría de símbolo religioso, desencadenará las guerras de religión más sangrientas. La verdadera libertad es relativa. Ninguna religión es relativa. La menos relativa de todas es la codicia y el afán de lucro. Ésa es la religión más antigua, la que tiene los mejores clérigos y las iglesias
más hermosas. Yes, sir.

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