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domingo, 24 de marzo de 2013

"Vaticano, de corte a parroquia".


Escribió Agustín de Foxá un brillante libro que reflejaba la fotografía de un Madrid de los años treinta del siglo pasado. “Madrid, de Corte a Checa”. Lo escribió en el Novelty de Salamanca, Cuartel General entonces de Franco. Lo escribió en 1937. Este hombre, avezada pluma del falangismo, con ribetes de critica franquista nos mostraba un decorado distinto de Madrid, en el que desaparecían los salones elitistas, las gorras sustituían a los sombreros y el vermut mañanero en el viejo Madrid de los Austrias eran sustituidos por los chatos de vino madrileño de Lavapiés.  Era otra cosa bien distinta aquello. La Corte borbónica estaba en el exilio y una guerra absurda enfrentaba a los españoles. Madrid dejaba de ser Corte. Cada vez era más Checa. Valga el símil, aunque no el contenido de lo que voy a decir.

Viendo estos días el escenario que se ha levantado en los alrededores de san Pedro, en Roma me he acordado de ese texto chispeante de Foxá. Y ahora veo cómo ha pasado el “Vaticano, de Corte a Parroquia”. Y así es…no hay nada más que verlo. Quizás no lo adviertan los profanos en cosas de la liturgia, ni de protocolo. A Roma había vuelto cierto regusto por la corte. A la sencillez innata del viejo profesor Ratzinger, se le había añadido mucho de corte decimonónica, sacralizando la figura, alejándola del pueblo, rodeándola de cierto secretismo. Un paso del papa era todo un rito…y la liturgia, mal entendida por quienes le rodean que no acertaron a entender el auténtico sentido de la obra “El Espíritu de la Liturgia” de Ratzinger, hicieron de la liturgia un protocolo cortesano. No había nada más que verlo. Indumentaria, vasos sagrados. Más un ara que una mesa. La Eucaristía es sacrificio, si, pero también comida. Y ambas cosas hay que conjugarlas con el sentido común para que ayuden a la vivencia del misterio. Ni una ni otra pueden sobreponerse. Han de conjugarse en un sano equilibrio.

Cuando el papa Francisco visitó el pasado sábado a Benedicto XVI, pasaron a la capilla privada. Un crucifijo tapado con un paño morado, como en la vieja liturgia anterior al Vaticano II, un altar en el que celebra la misa diaria, de espaldas. Ara más que mesa. Un sillón preparado para rezar el solo. Pese a la insistencia del anciano Ratzinger, Bergoglio se puso junto a él “como hermanos”. Un escenario cortesano va siendo desplazado por un escenario parroquial.

Lo hemos visto estos días. Se ha acabado el sillón imperial y se ha sustituido por uno más simple. El papa celebra en una parroquia cercana y predica desde el ambón, al entrar en la sacristía apaga las luces del templo y a la salida saluda a todos. .Homilía de pie, menos acólitos cortesanos. Antes había un acolito para el solideo, otro para la mitra, otro para el libro. Servidores del Rey. Eso se ha acabado, y aun queda más por hacer. Liturgia del Vaticano II pura y dura. No es reforma, es vuelta al concilio. Ha vuelto el ambón, como un párroco, la homilía de pie, los gestos fuera del papel. Simplificación a lo esencial. Sombran acólitos, las ofrendas son más ofrendas que un simple besamanos al rey. El nuevo papa va despojando de gestos cortesanos, propios de una corte renacentista. El solio pontificio es más parroquia del mundo que un trono al que hay que acercarse. Sobran ceremorieros, sobran acólitos con humerales al hombro para sostener mitras y libros. Sencillez en la casulla, sin brocados de oro. Sobran estáticos clérigos, pendiente solo de la forma.
Y el papa Francisco ensimismado en el misterio. No hay gestos a la galería.

Y ahora me pregunto qué harán tantos obispos que han cambiado sus presbiterios para alejarse mucho más del clero y del pueblo. Qué harán los muchos cabildos que han sacado del museo casullas, dalmáticas y capas. A los pectorales de muchos obispos se les van a caer muchas piedras preciosas. Me pregunto qué pasará con todos aquellos brocados de muchas casullas que parecían más envoltorios de polvorones navideños. Ha acabado el protocolo de la Corte, cuando ya las cortes están a la deriva y ha empezado el protocolo de la parroquia. Bienvenido sea. No haya nada más que verlo. El papa Bergoglio parece un cura celebrando la misa de doce en su parroquia. Aunque con muchas moscas aun alrededor. 

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