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domingo, 3 de noviembre de 2013

El alma va borrando lo que dicta el fuego


 A Jaime Diz, que me enseñó la sencillez escurialense.

A veces me pregunto dónde reposará el vagabundo sus pies cansados y qué puertas se le abren a quien busca ese silencio infinito que calma el amasijo de dolor, fiebre, prisa, furor y pasión que anida en el alma agotada. Tantas veces lo he buscado en las terribles palabras que había olvidado ya el latido de otras miradas. Me han prestado unos ojos para descubrirlo asomado a los breñales de la sierra. Allí, entre los fresnos, jarales y álamos oscuros que salpican los peñascos, en una tierra feroz en su salvaje lozanía, he visto cómo el alma va borrando lo que el fuego dicta como una sentencia. Es un lugar en el que se aquietan los recuerdos, hundiéndose en la ciénaga del olvido, mientras vuelven las emociones a calentar las parameras del alma. Se trata de ese rincón “aislado, pero siempre cercano” que se abre en la sierra madrileña del Guadarrama, en el monasterio, palacio y basílica del Escorial, armonioso conjunto de vida, trazado con pasión sobre un pergamino y que trajo la Modernidad a una España que vertía la sangre por sus costuras, alimentando guerras, alumbrando ideas en estómagos vacíos, soñando trascendencias y dejando un rastro de pobreza entre el brillo de sus oropeles. En Sevilla, el túmulo vacío de Felipe II y aquí una tierra virgen fecundada por su sueño eterno. El alma borrando recuerdos, el fuego dictando emociones.

Antes no había nada. Todo era un espacio rudo, quebrado, salvaje, feroz en su esencia. Y de pronto, una sentencia de escuadra y cartabón lo preñó con trazos firmes y elegantes en sus líneas verticales; sosegados y quietos en su curso horizontal; ordenados y estables en su diseño, huyendo de la voluptuosidad de la curva, de la tensión de lo oblicuo o el giro brusco de lo espiral. Aquí solo se ve la pura orgía de la línea recta, sucesión de puntos en la genialidad de Juan Bautista de Toledo que en su “Traza Universal” borró del paisaje lo que el fuego de su ingenio iba dictando, mientras sus manos alzaban un plano en el que  se atisbaba la fuerza de esta mole de piedra asentada en la naturaleza nodriza. Aquella mano trazó lo que hoy me embelesa; aquel ingenio fecundó lo que hoy me ha aquietado. Ahí se miden los grandes, en el rastro de eternidad que dejan a su paso.

Y me siento a escribir sin encontrar las palabras que expresen la música grandiosa que bulle con una violenta alegría, con un dolor furioso que quiere hacerse tinta para agradecer la mirada nueva a esta belleza intangible, brava y excelsa en su pétrea armonía. Imposible expresar de forma adecuada ese campo abierto al infinito en un día claro de abril; ese bosque embravecido por la naturaleza que entrañó el sueño; esa masa de piedra que se derrama en una geometría tan esencial, tan fugaz y tan sencilla. Cómo contar en palabras lo que el alma siente ante la silueta de la cúpula sobre un cielo azul intenso, o la suave caricia del sol marchándose al morir la tarde. No hay palabras que violen el silencio sonoro en la mirada alejada y quieta, como un bemol sostenido a la espera de otra nota que lo eleve más aún. Imposible contar el deseo brutal de poseer ese lugar, por el tímido temor a que un día ya no esté, lo hayan hurtado los ladrones de sueños o se hubiera marchado dejando un rastro de olvido y silencio.

Pero no me resisto a la violencia de la palabra desatada. Y aquí, en estas líneas, dejo el rastro de la mirada: El Escorial es la expresión cruel de un enigma, el enigma de la vida misma. Situado en las afueras, no deja de estar en los centros más diversos; alejado de muchos, solo es cercano a pocos; orgulloso y soñador, las trazas de su alma son líneas sencillas, sin doblez, con nobleza aquilatada. El Escorial es la vida misma: una sentencia de orgullo y pasión en el entorno; una vida rica en el interior, muy celosa en su expresión, con pequeñas ventanas para mirar más que para ser mirado; sencilla y esencial, pero con alturas que otean horizontes. Es bello ser elegante en lo agreste como esta masa de piedra; es bello ser sencillo en lo artificioso como las discretas esquinas de estos muros; es bello ser cuerpo con alma como el sueño de esta palabra, de esta sentencia sostenida en los siglos y que ahora vuelve rasgando lejanías, borrando recuerdos y dictando esperanzas. Y en estos parajes en donde el dolor se calma, he encontrando un lugar en el que reposar los pies cansados y el alma agotada.

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