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sábado, 5 de enero de 2013

Un cuento para esta noche de Reyes. "El regalo del tacto"


Sentada en el portal de su casa, la niña reía con una sonrisa fascinante. No sabia si era blanca la barba de Melchor, ni cetrina la tez de Baltasar, ni blancos los pelos de Gaspar. No podía saberlo. No los veía.  Una chispa recorrió sus ojos, veloz y rauda. Fue un instante de eternidad. No necesitó nada más. Entendió la vida de pronto. Le vino en pequeños grumos de caricias. Estaba sola, perdida. Era ciega. Su madre no había vuelto aún de la casa en la que limpiaba. Le habían pedido sus señores que se quedara un poco más para recoger los envoltorios de los regalos de reyes de sus hijos. A ella, un cheque de 20 euros para las rebajas del Corte Inglés. Su padre tardaría en volver. No lo haría hasta mañana, ya tarde. Conducía un camión a Centroeuropa. La abuela se marchó hace unos días al pueblo. Su hermano, mayor que ella, andaba echando horas en un bar de otro barrio lejos. Después saldría de copas con los amigos. Ella estaba sola esperando. No podía ver la magia de la cabalgata, pero una luz intensa se apoderó de su interior. Sintió una caricia en la cara y en la nuca y un susurro. Era su regalo de reyes en esa tarde. No podía ver la noche azul, redonda, inmensa y tachonada de estrellas. Sintió el tacto de una mano. Para ella, el paraíso se alcanza con el tacto, puesto que en el tacto residen el amor y la inteligencia. No necesitaba ver a los suyos, pero sí sentirlos en la fascinación de la memoria. Para qué quería la vista. Es tan superficial. Hay cosas que solo se ven con el corazón. Para qué quería el oído. Muchas de las cosas que oía la ponían triste. El olfato no le convencía, era nauseabundo a veces. Y el gusto se le volvía supersticioso e inconstante. Prefería el tacto. Una de las hadas de esta noche mágica se acercó y la tocó. Sintió frio, pero escuchó el regalo que le ofrecía: la vista, poder ver los colores. Pero ella prefirió que la dejara como estaba, en su oscuridad llena de luz.  Quería seguir sintiendo el contacto cálido y afectuoso de las manos. No quiso desprenderse de la riqueza de sus formas y de la expresividad y plenitud de un apretón de manos y de una caricia. Manos que labran , talan, cortan, acarician, fabrican, pintan….”Gracias, hada, pero quiero seguir viendo, oyendo, oliendo, paladeando con la fuerza de las manos”. Y el hada se marchó, mientras una sonrisa abierta y luminosa salía de los cuencos vacíos de aquella mirada infinita. 

1 comentario:

  1. bueno, hay cosas que solo se ven con el corazón, y con las manos.
    aunque, como dice alguno, para lo que hay que ver....
    Emotivo relato. Un abrazo.

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