Sentada en el portal de su casa,
la niña reía con una sonrisa fascinante. No sabia si era blanca la barba de Melchor, ni
cetrina la tez de Baltasar, ni blancos los pelos de Gaspar. No podía
saberlo. No los veía. Una chispa
recorrió sus ojos, veloz y rauda. Fue un instante de eternidad. No necesitó
nada más. Entendió la vida de pronto. Le vino en pequeños grumos de caricias.
Estaba sola, perdida. Era ciega. Su madre no había vuelto aún de la casa en la
que limpiaba. Le habían pedido sus señores que se quedara un poco más para
recoger los envoltorios de los regalos de reyes de sus hijos. A ella, un cheque
de 20 euros para las rebajas del Corte Inglés. Su padre tardaría en volver. No
lo haría hasta mañana, ya tarde. Conducía un camión a Centroeuropa. La abuela
se marchó hace unos días al pueblo. Su hermano, mayor que ella, andaba echando
horas en un bar de otro barrio lejos. Después saldría de copas con los amigos.
Ella estaba sola esperando. No podía ver la magia de la cabalgata, pero una luz
intensa se apoderó de su interior. Sintió una caricia en la cara y en la nuca y
un susurro. Era su regalo de reyes en esa tarde. No podía ver la noche azul,
redonda, inmensa y tachonada de estrellas. Sintió el tacto de una mano. Para
ella, el paraíso se alcanza con el tacto, puesto que en el tacto residen el
amor y la inteligencia. No necesitaba ver a los suyos, pero sí sentirlos en la
fascinación de la memoria. Para qué quería la vista. Es tan superficial. Hay
cosas que solo se ven con el corazón. Para qué quería el oído. Muchas de las
cosas que oía la ponían triste. El olfato no le convencía, era nauseabundo a
veces. Y el gusto se le volvía supersticioso e inconstante. Prefería el tacto. Una
de las hadas de esta noche mágica se acercó y la tocó. Sintió frio, pero escuchó
el regalo que le ofrecía: la vista, poder ver los colores. Pero ella prefirió que
la dejara como estaba, en su oscuridad llena de luz. Quería seguir sintiendo el contacto cálido y
afectuoso de las manos. No quiso desprenderse de la riqueza de sus formas y de
la expresividad y plenitud de un apretón de manos y de una caricia. Manos que
labran , talan, cortan, acarician, fabrican, pintan….”Gracias, hada, pero
quiero seguir viendo, oyendo, oliendo, paladeando con la fuerza de las manos”.
Y el hada se marchó, mientras una sonrisa abierta y luminosa salía de los
cuencos vacíos de aquella mirada infinita.
Aquí estoy, amarrado al vicio de escribir. Es el pensamiento el territorio más libre que se nos ha dado....." A la cárcel iré, a dormir será si quiero" dijo Sancho al Quijote. Nada más sagrado que la libertad. Lo decía Pessoa: "No el placer, no el poder, no la gloria. la libertad, solo la libertad". Y aquí encontré un muro más en donde seguir dibujando mis pensamientos, amarrado al vicio, que ya es velero, de libertad. Gracias por la visita.
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bueno, hay cosas que solo se ven con el corazón, y con las manos.
ResponderEliminaraunque, como dice alguno, para lo que hay que ver....
Emotivo relato. Un abrazo.