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domingo, 3 de noviembre de 2013

De flaneur por los campos de olivares de Jaén


Un mapa verde aceitunado
Es el verde aceitunado el color de Jaén, el color con el que están cosidas sus lindes y sus costuras, con hilo con el sabor del aceite. Es un verde duro y oscuro, el que sale del tronco, se alarga en las hojas, se estremece y madura, bebiendo todos los vientos, en el fruto que va al molino para ser molturado. Varea la vara la verde oliva. Jaén, mar de olivos. Los queremos verdes, dando color a nuestras lomas preñadas de olivos. Los riscos nuestras sierras se solazan con olivos que cuelgan de sus peñascos y de sus alturas, en pendientes resbaladizas, buscando un hueco en el que asentarse. y en las campiñas que rodean el Guadalquivir, el verde del olivar se asienta con dominio galán, señorial, adusto, añoso. El mapa de Jaén es verde, como su riqueza preñada de verde esperanza, esquilmada por quienes, bien lejos, la siegan y la secan con políticas miopes.
Los verdes olivos vareados en el frío invierno entre el sudor que perla las frentes y el vaho que sale por las bocas mientras los vareadores peinan la oliva que cae en los mantones, las mujeres trajinan en los suelos auscultando la pequeña aceituna y las espuertas se llenan de hojas y frutos para ser limpiadas en la criba, metidas en los sacos y llevadas al molino que no descansa en las noches invernales y que deja un olor que preña nuestros pueblos entre el humo de las chimeneas y la fatiga de la briega en los tajos. Tardes de sol invernal a la vuelta, mañanas de temperaturas que estremecen el cuerpo bien aquilatado por la copa de aguardiante en las tabernas mañaneras. Coloquios aceituneros en los tajos. Un mundo, un universo que se explaya en los campos de Jaén cuando llega la cosecha.. desde “La Inmaculada a san Antón” cuando el ramón se quema en los chiscos de las calles y plazas jaeneras.
El olivo es un árbol duro como los rostros de esta tierra esquilmada y vapuleada en la Historia. Pendientes del sol y de la lluvia; pendientes de la granizada o de la riada. Pendientes del horizonte, del suelo y del cielo, rasgando las lejanías que se otean allá por donde se cuajan las tormentas. Pendientes de cielo y del suelo. Hileras de olivos son nuestra riqueza, tocones que marcan la economía de una tierra que se resiste a perder su savia verde esperanzada. Campos de Jaén cosidos por las hileras de estos olivos milenarios, por esta sangre aceitunada, por este duro trabajo amarrado a los terrones de nuestros campos regados

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