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domingo, 8 de septiembre de 2013

Algo se rompió de pronto. Oí el crujido en el pecho.


Un texto dedicado a la luz, siempre a la luz que tiene nombre y apellido

No fue el frío lo que la despertó, cuando las horas se arrastraban hasta el alba, sino la falta de calor de su cuerpo que ya no sentía sobre su costado. Lo vio en la penumbra, alejado, distante, junto a la ventana, sentado en el borde del sillón, con sus grandes manos tapándose la cara. Se acercó a él con un silencio más fuerte que cualquier grito. No quiso mancillarlo. Lo tomó por las axilas y lo devolvió a la cama. Ella adivinó, al sentir entre sus manos el rostro húmedo, que había llorado. Y fue entonces cuando le preguntó al oído qué es lo que había pasado. El buscó las palabras, sin saber cómo expresar lo que bullía en el pensamiento. No sabía cómo contar que algo se había roto adentro. Lo pudo oír. Lo había despertado. Había sido como un crujido de costuras en su pecho. Se acostó, sintiendo la mano de ella acariciando su cuerpo. Se dio la vuelta y se cubrió con el embozo de la sábana. De pronto, en el silencio y en la oscuridad de la noche, dijo: “No puedo inventar lo que hay que contestar para no herirte, para no horrorizarte. Lo único que es vedad es que soy completamente otro. Ese crujido me ha hecho verlo” Y la oscuridad se hizo espesa. Cerró los ojos. Ella contempló la tranquila respiración del sueño, ese ruido de un rio vivo, la resaca de la vida de un cuerpo sometido a leyes oscuras. Soñaba, no sufría. Estaba allí, varado, sin defensa alguna. Y ella, contemplándolo al alcance de su mano, de su boca, perdido para siempre en su sueño.

Y en el sueño sintió que su cuerpo se zambullía en un rio poderoso y tranquilo. Y braceaba buscando la superficie , descubriendo un alivio infinito, una luz cegadora y esplendorosa que aquietaba las palabras, el pensamiento, el deseo, los sentimientos, las viejas parcelas de su vida. Y lo llevaba al mar infinito. “¡ Estoy vivo” ¡ gritaba. “ ¡Qué bien estar vivo en este cuerpo, aunque se aloje en una vieja carcasa! “ Y sentía su sangre caliente, su médula regeneradora, su carne saludable, su sonrisa abierta y sus manos llenas, reivindicando el viejo parentesco de la fuerza.  

Ella se dio la vuelta. El siguió en su sueño. Ella supo que todo estaba perdido cuando siguió viendo cómo las lágrimas rompían diques y lanzaban las aguas al amar abierto.


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