Escribió Agustín de Foxá un brillante libro que reflejaba
la fotografía de un Madrid de los años treinta del siglo pasado. “Madrid, de
Corte a Checa”. Lo escribió en el Novelty
de Salamanca, Cuartel General entonces de Franco. Lo escribió en 1937. Este hombre,
avezada pluma del falangismo, con ribetes de critica franquista nos mostraba un
decorado distinto de Madrid, en el que desaparecían los salones elitistas, las
gorras sustituían a los sombreros y el vermut mañanero en el viejo Madrid de
los Austrias eran sustituidos por los chatos de vino madrileño de Lavapiés. Era otra cosa bien distinta aquello. La Corte
borbónica estaba en el exilio y una guerra absurda enfrentaba a los españoles.
Madrid dejaba de ser Corte. Cada vez era más Checa. Valga el símil, aunque no
el contenido de lo que voy a decir.
Viendo estos días el escenario que se ha levantado en los
alrededores de san Pedro, en Roma me he acordado de ese texto chispeante de
Foxá. Y ahora veo cómo ha pasado el “Vaticano, de Corte a Parroquia”. Y así es…no
hay nada más que verlo. Quizás no lo adviertan los profanos en cosas de la
liturgia, ni de protocolo. A Roma había vuelto cierto regusto por la corte. A
la sencillez innata del viejo profesor Ratzinger, se le había añadido mucho de
corte decimonónica, sacralizando la figura, alejándola del pueblo, rodeándola
de cierto secretismo. Un paso del papa era todo un rito…y la liturgia, mal
entendida por quienes le rodean que no acertaron a entender el auténtico
sentido de la obra “El Espíritu de la Liturgia” de Ratzinger, hicieron de la
liturgia un protocolo cortesano. No había nada más que verlo. Indumentaria,
vasos sagrados. Más un ara que una mesa. La Eucaristía es sacrificio, si, pero
también comida. Y ambas cosas hay que conjugarlas con el sentido común para que
ayuden a la vivencia del misterio. Ni una ni otra pueden sobreponerse. Han de
conjugarse en un sano equilibrio.
Cuando el papa Francisco visitó el pasado sábado a
Benedicto XVI, pasaron a la capilla privada. Un crucifijo tapado con un paño
morado, como en la vieja liturgia anterior al Vaticano II, un altar en el que
celebra la misa diaria, de espaldas. Ara más que mesa. Un sillón preparado para
rezar el solo. Pese a la insistencia del anciano Ratzinger, Bergoglio se puso
junto a él “como hermanos”. Un escenario cortesano va siendo desplazado por un
escenario parroquial.
Lo hemos visto estos días. Se ha acabado el sillón imperial
y se ha sustituido por uno más simple. El papa celebra en una parroquia cercana
y predica desde el ambón, al entrar en la sacristía apaga las luces del templo
y a la salida saluda a todos. .Homilía de pie, menos acólitos cortesanos. Antes
había un acolito para el solideo, otro para la mitra, otro para el libro.
Servidores del Rey. Eso se ha acabado, y aun queda más por hacer. Liturgia del
Vaticano II pura y dura. No es reforma, es vuelta al concilio. Ha vuelto el
ambón, como un párroco, la homilía de pie, los gestos fuera del papel. Simplificación
a lo esencial. Sombran acólitos, las ofrendas son más ofrendas que un simple
besamanos al rey. El nuevo papa va despojando de gestos cortesanos, propios de una
corte renacentista. El solio pontificio es más parroquia del mundo que un trono
al que hay que acercarse. Sobran ceremorieros, sobran acólitos con humerales al
hombro para sostener mitras y libros. Sencillez en la casulla, sin brocados de
oro. Sobran estáticos clérigos, pendiente solo de la forma.
Y el papa Francisco ensimismado en el misterio. No hay
gestos a la galería.
Y ahora me pregunto qué harán tantos obispos que han
cambiado sus presbiterios para alejarse mucho más del clero y del pueblo. Qué
harán los muchos cabildos que han sacado del museo casullas, dalmáticas y
capas. A los pectorales de muchos obispos se les van a caer muchas piedras
preciosas. Me pregunto qué pasará con todos aquellos brocados de muchas
casullas que parecían más envoltorios de polvorones navideños. Ha acabado el
protocolo de la Corte, cuando ya las cortes están a la deriva y ha empezado el
protocolo de la parroquia. Bienvenido sea. No haya nada más que verlo. El papa
Bergoglio parece un cura celebrando la misa de doce en su parroquia. Aunque con
muchas moscas aun alrededor.